Querida Danae,

En un mundo sin pandemia, en un mundo otro, una de mis posibilidades -o más bien fantasías- era pasar mis semanas de verano en la región de Aysen en la Patagonia chilena. Nunca he estado en ese sector, claro, y todas mis referencias son más bien basadas en “La costurera y el viento”, de Aira, en una edición que venía con su relato “Cómo me hice monja” <3 y que leí de jovencita. Por supuesto, no me acuerdo de las historias pero sí de las circunstancias en que la leí, descansando luego de almorzar pescado fresco en una suerte de comedor colectivo de un caserío ente Puerto Viejo y Playa Virgen, en la costa del desierto de Atacama, pasando un verano eterno, de esos tan comunes en los tempranos veinte. La Patagonia sonaba como todo cuando una es joven: “Si esto es la Patagonia, ¿yo qué soy?”, decía la protagonista de la novela breve. Recuerdo pensar, mirando el mar brilloso, fresca gracias a la brisa benigna del Pacífico a esas alturas geográficas, qué sería estar tan abajo en el mundo, sola, encerrada en un cofre natural de tierras azules ventosas y “el cielo rosa como el pétalo de una flor titánica” (¡bum!).

La Patagonia debe ser de esos únicos lugares en el mundo que, por sus obvias dificultades geográficas, sigue siendo considerada “una tierra de nadie”, el espacio para la conquista del humano sobre la naturaleza y lo indígena, el reclamo para la extracción infinita de los recursos naturales. Por cierto, esas tierras nunca han sido de nadie y por eso es interesante pensar en la continuidad entre el exterminio de sus pueblos indígenas, los colonos europeos a los que el estado chileno les facilitó tierras, en la presencia petrolera mínima pero clave para Chile en la zona, y, ahora, en la presencia de energías verdes, Elon Musk y Jeff Bezos. Ni en la prolífica imaginación de César Aira, creo, habría espacio para tanto.

Cabo Negro es un sector de pampa a unos kilómetros al norte de Punta Arenas, en la Patagonia chilena. Debe ser el espacio del extractivismo del pasado y del futuro. Como una fábrica del siglo XIX que mira la conquista espacial. Debe ser un lugar muy extraño de ver, un plano de estudio para la los humanos del futuro que quieran saber cómo la crisis climática se desarrolló, supongo. Deberíamos planificar un viaje allí, pronto, pero por mientras te dejo una foto del pasaje marciano patagón de Cabo Negro.

En un principio, Cabo Negro solo albergaba a la empresa petrolera ENAP (la matriz energética de la zona está dominada por el petróleo y el gas) y a Methanex Corporation (una empresa -obvio, canadiense- que extrae, distribuye y comercializa metanol). Extractivismo 1.0, digamos. Luego, en esos movimientos que tan elegantemente le salen a las empresas petroleras, ENAP se asoció con Pecket Energy para instalar un pequeño parque eólico en Cabo Negro que inyecta 10,3 MW a la energía eléctrica de Punta Arenas, llegando a unos 15 mil hogares de la región. Subiéndose a la moda ya un poco fantasiosa de las posibilidades del hidrógeno verde, ahora Enel (ahh esa multinacional ex empresa del estado Italiano que produce y distribuye energía eléctrica y de gas) anunció la instalación de una planta piloto para la producción de hidrógeno verde a través de un electrolizador alimentado por energía eólica en Cabo Negro. Extractivismo 2.0, por poner un nombre.

Como me contabas en tu carta anterior, Elon Musk no solo anunció estaciones satelitales terrestres en Puerto Montt para su proyecto Starlink (que quiere proveer de internet de alta velocidad -extractivista de datos personales- a través de un tren de satélites que se encuentran orbitando en el espacio), sino también instalará uno en ¡Cabo Negro! A lo de Musk, se suma la compra de un terreno por parte de Amazon Web Services (AWS) en Cabo Negro para instalar una estación satelital terrestre que complemente su proyecto AWS Ground Station que, en simple, es un sistema basado en la nube para controlar satélites y descargar datos satelitales y así hacer frente a la creciente avalancha de datos para aplicaciones geoespaciales, que van desde el clima hasta el tráfico marítimo, la planificación urbana, la evaluación de cultivos y la respuesta a desastres. Extractivismo 3.0, el futuro.

A propósito de este nuevo negocio de Amazon, justo leía, hace poco, una columna muy alarmante sobre el creciente interés de las Big Tech en los grandes datos de la agricultura. Estos, le permiten conquistar mercado para hacer monopolios de información que, como efectos negativos, no solo liquidan a los pequeños agricultores, sino que también es una apuesta sumamente arriesgada para la emergencia climática al reducir el número de jugadores y de cultivos.
Ayayay de nosotras, d. A estas alturas solo pienso: ¿podemos si quiera pensar en mitigar la crisis climática con la sana presencia de los super ricos en el mundo?
Nos veremos en la Patagonia, d. 

Te adora,

p.


Amiga Paz,

¿Qué vamos a hacer con esta pena? Ya habíamos hablado de cómo la gatito era una especie de arca de Noé digital donde nos mostramos cosas que tememos no estarán en pocos años más. Mientras preparaba esta carta me sentía en medio de una especie de letanía recopilando nueva información sobre cómo nuestros consumos digitales le hacen pésimo al planeta: el costo medioambiental de la ridícula hiper-producción de iPhonessaber que una búsqueda de Google usa la misma energía que hervir agua en un hervidor eléctrico y que un año de mails de trabajo (sin contar el spam) son lo mismo que andar 320km en autola preocupante trayectoria global del consumo de energía de la industria de las tecnologías digitalesTesla invirtiendo billones en bitcoin la más sucia de las criptomonedas, las noticias terribles que me cuentas sobre Musk y Amazon prontos a acabar con el sur de Chile que es tan lindo. Es ser testigo de cómo los problemas suben en magnitud y al final terminar en la pura impotencia. Yo por ejemplo revisé cuánto carbón gastaba nuestra web de gato.earth y salió un muy buen resultado porque usamos un hosting que usa energías verdes ¿Está todo bien entonces? ¿Qué vamos a hacer con esta pena?

Al final sólo puedo decir que me gusta que me mandes fotos, siento que es rico tener algo que podamos controlar: contarnos las cosas que sentimos. Esa fue también una de mis observaciones cuando vi Storytelling for Earthly Survival, el documental de Fabrizio Terranova sobre Donna Haraway: esa sensación de entendimiento profundo de lo inefable, un sentimiento que una tiene cuando mira un paisaje hermoso o cuando formas una relación de compañerismo con un animal no-humano, como es el caso de Haraway con su perrita Cayenne y de su marido que lo encontré un ídolo haciendo una especie de programa radial sobre los sonidos de los pájaros.

Espero no sonar muy derrotista, al contrario, me gusta invocar estas emociones posthumanas en la medida que nos ayuden a pensar nuevos enfoques científicos y espirituales para enfrentar la emergencia climática. En ese sentido, creo que puede ser útil analizar información como este estudio que dice que los delfines tienen rasgos de personalidad similares a los de los humanos, o esta otra investigación acerca de científicos que descubrieron que era posible almacenar información en el ADN de las bacterias, el primer mensaje que codificaron decía “Hello world”.

Así que sí, quiero ir a la Patagonia contigo, mirar el cielo y decirle “Hello world”, obviamente es algo que echo de menos al llevar tantos meses de invierno encerrada en la casa: ir a una naturaleza, hacerle cariño a un gato, mirar como los pájaros vuelan. Saludar al mundo.

Hace unas semanas se murió la Chasquita, ella estaba muy vieja así que fue todo más o menos normal. De más que te hablé de ella alguna vez porque vivía con el Javi en Santiago y, junto con el Benito, fueron mega importantes para nosotros. Obvio que estuvimos súper tristes con la noticia pero en un momento con Javi concluimos que Chasquita y Benito habían sido como unos maestros para nosotros, que durante todo este tiempo de amor inter-especie nos enseñaron cosas importantísimas sobre el entendimiento de la vida que es tan extraña pero bacán a la vez. Esa es la relación que propongo hacia lo no-humano: universos gigantes de los cuales hay demasiado que aprender 🙂

Un beso, 
Danae