Amiga Paz,

Anoche estaba en la cama con mi amiga Cata, habíamos conversado por horas y justo antes de dormirnos las dos tomamos nuestros celulares para ponerlos en modo avión. Fue bonito darnos cuenta que teníamos esa costumbre, concerniente a algo estrictamente tecnológico pero también de alguna manera relacionada con una especie de autocuidado supersticioso que ni siquiera sabemos si tiene sentido o no.

Creo que esta anécdota está en sincronía con mi estado de ánimo de este último mes: días de bicicleta y de astrología. De jugar con fuego y de usar mis mitologías favoritas para pensar en todo lo que no entiendo mientras compro verduras en el supermercado turco de mi calle.

Mis amigos en Santiago me han contado que debido a las lacrimógenas la Alameda ha agarrado un olor asqueroso a soldadura. A ratos trato de evadir la información horrible de Chile viendo excelente cine y excelentes exhibiciones que no podría ver en el tercer mundo. Es raro beneficiarse de esas inequidades poscoloniales y poscapitalistas cuando lo que más quieres es utopía feminista para todas.

En ese sentido, mis lecturas de este mes han estado muy relacionadas con el neoliberalismo como esa fuerza zodiacal que quiere gobernar nuestros destinos y que nos tiene a todas hartas. Leí por ejemplo que condenaron a siete personas por el asesinato de Berta Cáceres pero la mayoría son matones a sueldo más un par de ejecutivos hondureños de medio pelo. Ninguno es un responsable con poder y mucho menos alguien afiliado a las empresas extractivistas del primer mundo que orquestaron la vigilancia y el posterior asesinato de esta importante activista medioambiental.

Las empresas no se hacen responsables y no quieren soltar absolutamente nada, miraba los documentos de políticas sectoriales previos a la COP25 y las iniciativas privadas son tan mezquinas. La industria de la moda por ejemplo expresó un compromiso de bajar sus emisiones en un 30% para el año 2030 y un 100% recién para el 2050. Como si tuviéramos tanto tiempo, como si fuera tan importante abastecer millones de tiendas con las ropas de mala calidad del fast fashion.

En el caso de la industria tecnológica las cosas no son distintas. Google pretende construir un data center en la comuna de Cerrillos pasando por alto el enorme impacto ambiental que producirá. De acuerdo a activistas locales, el edificio consumirá 228 litros de agua por segundo durante los próximos treinta años, más encima alterará la temperatura de las napas subterráneas afectando para siempre el ecosistema local. Por supuesto la construcción de este data center se está beneficiando de las narrativas que celebran todo lo que tenga que ver con tecnología de Silicon Valley y por supuesto hay autoridades que incluso ven con buenos ojos que estas corporaciones imperialistas se instalen en Chile.

Sobre los data centers encontré un muy buen texto en Failed Architecture en que definen a estas construcciones como un ‘exceso infraestructural’, me gustó mucho un punto sobre aquel mito de que con los avances digitales nos hemos deshecho de espacio que antes ocupábamos con cds, dvds o cartridges de videojuegos. Es un mito porque ese espacio físico se sigue ocupando pero en los data centers, que por lo general son monstruosos y dependen de enormes cantidades de energía para procesos de refrigeración, limpieza industrial y equipamiento de emergencia que impida que los computadores dejen de correr. Entonces es claramente necesario discutir la dimensión ecológica de las prácticas digitales y el impacto ambiental de nuestra necesidad imperiosa de estar conectadas todo el día. Aquí es donde vuelvo a la idea de empresas neoliberales que no quieren perder nada, porque ninguno de los gigantes digitales va a promover prácticas de desconexión y mucho menos desarrollarán interfaces que impliquen que los usuarios dejen de estar adictos a sus servicios.

Mira, acá hay una imagen real de un empresario de tecnología viendo noticias sobre los responsables de la emergencia climática:

No quiero terminar esta carta como otro recuento de lamentaciones. Han sido días trágicos para la democracia y la justicia social, pero cuando la política se pone al servicio de la sustentabilidad ambiental puede resurgir la esperanza, eso sentí al enterarme de la iniciativa de energía popular del alcalde comunista Daniel Jadue que está instalando en Recoleta paneles solares para que los vecinos más vulnerables paguen $0 en las cuentas de la luz 🙂

Te agradezco por tu espíritu luchador amiga, es contagioso e inspirador. Te prometo que mi corazón Aries va a estar a la altura.

Un beso,

Danae


Santiago, 18 de diciembre del 2019.

Dear d,

Me gustó mucho el artículo que me mandaste de Failed Architectures. Me enganchó, principalmente, por esa horrible idea arquitectónica detrás no solo de los data centers (carcasas de viejos bloques de cemento sin casi ventanas, presagio de la obsolescencia de lo que NO puede quedar obsoleto, la arquitectura) sino también de las ciudades empresariales (?) de Silicon Valley.

El año pasado me tocó ir a las oficinas centrales de Facebook y casi me dio un ataque. En medio de un peladero se han construido simulacros de ciudades, o remedos de lo que Zuckerberg y sus amigos deben imaginar como una ciudad: tiendas para comprar, plazas pequeñas de reunión, edificios de oficinas, bicis y buses, bares y restoranes. Oficinas como horribles data centers, casi sin luz natural, con la iluminación artificial prendida día y noche (porque la explotación ahora, ya sabes, es que puedas ir a cualquier hora a trabajar con tu hoodie). Pero lo que más me impactó, creo, y lo recuerdo hoy especialmente mientras leo las paredes de Santiago y sus protestas, es que en todo ese simulacro de ciudad habían afiches pegados como si fuera street art, pero con frases de autoayuda planificada por alguna firma de decoración de interiores.

En el fondo, Silicon Valley me pareció un KidZania donde adultos juegan a ser adultos. Y ese juego se llama, bueno, ideología neoliberal.

Con tu lectura pensé que podríamos incluir a los data centers, con toda esa maniobra política y económica de la industria tecnológica de borrar sus formas de explotación, incluida la del medio ambiente, dentro de un círculo muy cercano al “extractivismo verde“. O, como me gusta llamarle, esas zonas de sacrificio en buena onda. Hay algo en ese persistente ejercicio de borrado de lo incómodo que me parece clave a indagar en la relación tecnología y crisis climática.

A propósito, Thea Riofrancos hizo un muy buen artículo sobre Chile, sus reservas del litio y cómo el Salar de Atacama es ahora una nueva zona de sacrificio fundamentalmente para la industria tecnológica. Allí, se extinguirán especies naturales y se arruinará la única fuente agua de los habitantes de la zona (que ya está viviendo una crisis hídrica), pero, hey, vamos a estar repletos de autos eléctricos en Los Ángeles haciendo viajes innecesarios pero verdes, y de aparatitos con baterías interminables para estar siempre conectadas en Palo Alto. Y, además, todos satisfechos con su ecologismo tech mientras hacen millonario al “Pinochetismo verde” a cargo de las reservas del litio chileno.

Full círculo de lo peor del mundo. Tan solo imaginar que la industria tech ahora será la nueva Shell, pero haciéndose la linda, la neutral, la consciente con el medio ambiente me hace dar arcadas. 

Hablando de gatito earth en una fría noche de noviembre, mi amiga A me dice que por ella desechemos la mentada la neutralidad de la red y que pongamos cuotas de uso de Internet :O Así como no podemos tener el agua corriendo todo el día, no deberíamos tener los aparatos conectados todo el día. La gente que lee gatito earth es muy joven (!), pero viví algo parecido por años cuando había que conectarse a Internet solo en la noche porque era más barato. De hecho, voy a invitar a A para que escriba en gatito y nos cuente más. El brazo armado de la Internet Freedom se escandalizará y solo por eso vale la pena, jaja.

Que tengas un fin de año hermoso, d. No quería dejar de recomendarte esta entrevista a mi nueva ídola, Budour Hassan, activista palestina que habla de feminismo, antimilitarismo y, evidentemente, colonialismo. En toda nuestra conversación de zonas de sacrificio no se puede dejar de tener en cuenta toda esa triada, y la experiencia palestina me resonó mucho en este hilo invisible que une crisis climática con la industria tecnológica.

Como dice un rayado cerca del Parque Forestal: “otro fin del mundo es posible”. Que este gatito sea la inspiración de nuestro 2020.

p.