Santiago, enero 2020

Amiga d.
¿Te acuerdas que el mes pasado compartimos lecturas sobre el extractivismo verde? Bua, sigo leyendo más sobre el tema. Me enteré, por ejemplo, que International Rights Advocates demandó a Microsoft, Tesla, Apple y Alphabet (propietaria de Google) por sacar provecho presuntamente del trabajo infantil en las minas de la República Democrática del Congo. ¿La razón? La extracción de cobalto, que se usa en todas las baterías de ion de litio recargables usadas en todos los modernos y cul dispositivos que estas empresas usan.

Pero también leí un reportaje muy entretenido de una persona trabajadora anónima de Microsoft que denuncia cómo los grandes titanes de la tecnología son fundamentales en que la producción del petróleo sea más alta que nunca. Por un lado, todo se trata del cloud computing aka esos servidores horribles de los que hablamos en diciembre. Estas empresas buscan que las empresas petroleras -las más ricas en el mundo- les arrienden estos servicios. Pero hay más: también les ofrecen sistemas de Inteligencia Artificial y Machine Learning para procesar e interpretar la increíble cantidad de datos que poseen de cada pozo de petrolero y mejorar así su eficiencia, como también se discuten formas de vigilancia electrónica sobre su fuerza trabajadora.

Es decir, estamos hablando que las empresas buena onda de Silicon Valley no solo son la razón del “extractivismo verde” que se hace a costa del precio de los cuerpos de las comunidades más vulnerables, sino que también alientan un negocio extractivista que, en particular, debe ser reducido al mínimo si queremos que los cambios climáticos no extingan la especie humana.

Toda esta violencia con, literal, todo lo que les rodea, esa idea tóxica que todo es un “recurso” que se puede poner a disposición, me hizo acordar a este excelente y reciente reportaje sobre Vaca Muerta, en Argentina. Esta ciudad, que antes era con suerte un poblado, tiene la segunda reserva de gas no convencional y la tercera de petróleo del mundo. Y esa también es su desgracia, pues la relación entre el extractivismo (en este caso, el fracking) y la masculinidad hegemónica se impone en la comunidad. Una activista lo dice super claro: “El desarrollo de Vaca Muerta vuelve a poner en escena una masculinidad hegemónica exacerbada. Hay una presencia y una adoración a esa masculinidad que presume y se constituye como la masculinidad proveedora, perforadora. Y claro, esa masculinidad, esa presencia, también arma tipos de relaciones y determinadas exigencias”.

Creo que si podemos seguir estirando la hebra del enredo, un nudo importante de todo es la idea de supremacía de algo sobre alguien. De hecho, me impactó mucho leer a Eileen Crist, quien, efectivamente, cree que el tema fundamental de la crisis climática es la idea que nosotres, les humanes, creemos tener una supremacía por sobre las otras especies y seres animados e inanimados. Le llama “supremacía humana” y, sí, comparte abiertamente todos los elementos fantasiosos y crueles de, por ejemplo, la supremacía blanca o la supremacía hétero masculina. 

Me dolió en el corazón que, en esta pasada, hasta mujeres y diversidades seamos un macho racista que, en la penetración forzada, crea que se encuentra el corazón de su supremacía. Onda: el violador también somos nosotres </3

Pero si algo he aprendido con las lecturas de gatito earth, alimentadas por lecturas feministas, es que el pesimismo ante la crisis de la modernidad (y el desastre ecológico) es taaaaaaaaaan masculino. Braidotti diría que refugiarse en la nostalgia es un antídoto masculino, y un salto hacia adelante sería la salida del subalterno. Y en eso creo que deberíamos concentrarnos. Y si vamos a salir de acá, no puede ser en el análisis de los patrones de datos del pasado, como la Inteligencia Artificial pretende hacerlo, pues son justamente esos patrones los que nos tienen comiendo mierda.*

La potencia creativa feminista es la única vía de escape hacia adelante. Igual me lo repito como el coro de una canción pop triste, mientras tantas noticias me siguen dando impotencia y miedo.
Abrazos, amiga.

p. 

* A propósito de gatos e inteligencia artificial como lectura de patrones de datos, te dejo una imagen de cuando un gato fue confundido con un guacamole.


Hola amiga hermosa,

Perdona la demora en escribirte, como sabes estoy en medio de un viaje con mil destinos para usar sólo un vuelo transatlántico. Cachai que antes de viajar fui a una exhibición de artistas jóvenes de Rotterdam en la galería MaMA y la emergencia climática era un tema central, por ejemplo había un trabajo que ironizaba sobre esa práctica de las aerolíneas que te ofrecen pagar dos euros para compensar tu huella de carbono y supuestamente plantar bosques, en la instalación mostraban lo que efectivamente compraba esa plata: un cuadrado de tierra de 5×5 cms. Full neoliberalismo verde superpuesto con la tontera absoluta.

Es una lata cada día toparse con esas prácticas ecológicas al peo que son puras relaciones públicas y muy difícil encontrar instancias de boicot, que al final son las que le duelen a las empresas. Una iniciativa que vi estos meses y me gustó fue lo de Climate Strike Software, una licencia que los desarrolladores pueden usar para prohibir que sus códigos sean utilizados por empresas que contribuyan a la emergencia climática mediante la extracción de combustibles fósiles. Me agradó que fuera una idea modesta pero con potencial de escalamiento, sería bacán organizar un futuro en el que nos organizáramos en gremios para boicotear a estas empresas sicópatas.

En fin, ahora mismo estoy en Santiago, a minutos de mi antigua casa en Dublé Almeyda, teniendo flashbacks de diversa calidad hacia mi vida pasada lo cual igual me carga porque me da una sensación de que acá todo sigue igual :/

Y siento que estos días de nostalgia han resonado mucho con un ensayo que tiene Zadie Smith sobre cambio climático, sale en su libro Feel Free (que es excelente) pero también está disponible en este enlace. Se llama Elegy for a Country’s Seasons y habla sobre una idea que hemos conversado mil veces: la memoria de años anteriores en los que el clima era muy distinto al actual. Yo por ejemplo siempre recuerdo que mi cumpleaños (el 14 de abril, otoño en el hemisferio sur) siempre era un día con lluvia, recuerdo más de algún viernes santo nublado y triste y yo ahí poniéndole bueno con la torta y con las cajitas de sorpresa. Ya más adolescente recuerdo un cumpleaños en El Ermitaño donde tuvimos que estar muy abrigados con mis amigos pero con un ímpetu juvenil igual lo pasamos bien tomando vino y tirando fuegos artificiales. Finalmente mis últimos cumpleaños en Santiago ya eran siempre afuera y con sol.

Zadie Smith dice que cada país tiene sus propias versiones locales de esta tristeza sobre el clima del pasado, por ejemplo ella recuerda una época en la que el Támesis se congelaba en navidad, algo que ya no pasa hace años. Pensaba también en mi amigo Dennis que mientras estábamos tomando en una noche de enero en Amsterdam en la que hacían 12 grados me decía que esta temporada prácticamente se le había olvidado que era invierno.

Smith dice que existe lenguaje científico e ideológico para referirse al cambio climático, sin embargo no hay narrativas o palabras que conecten el tema con dimensiones de intimidad e instancias más emocionales. Ella detecta un problema en esta especie de sensación de que hablar de este tipo de recuerdos no amerita atención alguna porque se sienten como poca cosa al lado de las narrativas del Apocalipsis y esas ideas pesimistas que le gustan tanto a los hombres tecnosolucionistas que salen con ideas weonas como este purificador de aire portátil que presentaron en la última conferencia CES sobre internet de las cosas.

Estoy en Chile y el pasado climático me atormenta en estos días de 34 grados, pero estoy contenta por haberte visto en un presente cautivador de amor y comida estupenda. Para los lectores de la gatitoearth les dejo mi nueva adicción cyborg: videos de gatos que se suben a aspiradoras robot

Tqm

Danae